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Descubriendo el camino de Santiago. Palas de Rei. Rodo López Quian
Descubriendo el camino de Santiago. Palas de Rei. Rodo López Quian
Descubriendo el camino de Santiago. Palas de Rei, ángeles del camino
Superada la primera etapa, hicimos el recuento de los daños con resignación estoica y una pizca de satisfacción. Aquel cansancio que se pegaba a la piel como la sombra de un día viejo, no alcanzaba aún a minar la voluntad. Nos levantamos temprano, como dictaba el ritual de cada jornada, y luego del baño humeante que aliviaba los huesos y del desayuno que apenas acariciaba el estómago, emprendimos el segundo tramo del camino, con Palas de Rei como destino y veinticinco kilómetros de senderos, polvo y bosque esperándonos en silencio.
A eso de las ocho y media de la mañana iniciamos el descenso por una calle empinada, que se descolgaba como un tobogán de piedra hacia la garganta del paisaje. Dejando atrás el último suspiro del pueblo, el sendero se transformó en una larga banqueta de baldosas grises y blancas que parecía un tablero de ajedrez al borde del abismo. A un lado, un barandal blanco nos separaba de la caída, y allá abajo, como un trazo indeleble de otro tiempo, corría la carretera que cruzaba el Miño por un puente tendido como una cuerda floja.
Al otro lado del río, el asfalto dio paso a la tierra, y la tierra a la cuesta. Iniciamos el ascenso de una pequeña montaña, y los robledales, castaños y fresnos nos recibieron con la solemnidad de viejos centinelas. Los árboles parecían inclinarse a nuestro paso, como si reconocieran en nosotros a sus hijos extraviados. Desde la cima, una cortina de neblina se desplegaba en la colina opuesta como un telón de teatro, anunciando un paisaje suspendido entre la vigilia y el sueño. Era un mundo que parecía inventado por la nostalgia.
Más tarde, como en una coreografía repetida, hicimos la primera pausa del día. La cerveza gallega fue la ofrenda. El panecillo, el consuelo. Los líquidos fueron descartados, y los pies, liberados de sus ataduras, recibieron la unción de la vaselina, en un rito desesperado por espantar a las ampollas.
Mientras Julia aplicaba la crema con generosidad en sus pies adoloridos, un peregrino de ojos rasgados y sonrisa leve se detuvo frente a ella. Era japonés, o al menos eso supusimos. Sin mediar palabra, le ofreció tres tiritas para las ampollas. Julia intentó explicarle, en un español que nunca sabremos si comprendió, que no las necesitaba. Pero él insistió con la calma inquebrantable de quien sabe más de lo que dice. Le puso las tiritas en la mano, hizo una leve reverencia y se marchó. Julia las guardó, sin saber que aquellas pequeñas ofrendas serían su salvación.
Después de otras dos o tres paradas, reanudamos la marcha. En algún punto del trayecto, se emparejaron con nosotros dos jóvenes —un argentino y una española—, con la edad aun oliéndoles a futuro. Nos contaron que eran pareja y que hacían el camino juntos por primera vez. Él llevaba la credencial de su abuela fallecida, como un homenaje silencioso a un sueño que ella nunca pudo cumplir. Hablamos brevemente, compartimos la risa leve de los desconocidos afines, y luego los vimos alejarse con la ligereza de quien todavía no ha conocido el cansancio.
En esta etapa, volvió a aparecer la discordancia en el ritmo entre Julia y yo. Ella, con su paso calmo y firme, parecía escuchar otro compás en el corazón del sendero. Yo, en cambio, caminaba como empujado por un embrujo, incapaz de moderar el paso, aunque lo intentara. A menudo avanzaba cien, doscientos metros, luego me detenía a esperarla, solo para repetir el ciclo con el terco afán de llegar antes que el tiempo.
Ya cerca del final, Julia venía irritada por mi falta de sincronía. Yo, frustrado por su lentitud. Ella me acusaba de ir muy rápido. Yo la acusaba de ir muy lento. Los peregrinos nos rebasaban con sus "Buen camino" y "Ultreia", saludos que sonaban a bendiciones en lenguas ancestrales. La tensión se palpaba como el sudor: inevitable, salobre, humano.
Durante el trayecto, al entrar a un sendero por un bosque de coníferas, pudimos observar en el suelo una enorme cantidad de conos de piñas o piñas de pino como se le conoce en México, que son muy apreciadas y tienen un alto valor en nuestro país. Julia encontró una que le encantó: de buen tamaño, verde y con musgo. Ella venía fascinada cuidando su tesoro recién encontrado, tanto que la traía en una mano y con la otra seguía usando el bastón de senderismo para apoyarse en su caminar. Yo le ofrecí en varias ocasiones apoyarla con la nueva carga poniéndola en mi mochila, pero ella prefirió siempre llevarla consigo para evitarle cualquier daño. En ese momento era su mayor tesoro y algo a que aferrarse.
Fue entonces cuando, en el último descanso, Julia se quitó los zapatos y descubrió la ampolla. Su primer gesto fue de enojo: me recriminó con el silencio que más duele. Luego vino la sorpresa, seguida de una especie de alegría perpleja al recordar las tiritas que aquel ángel disfrazado de peregrino japonés le había regalado. ¿Cómo había sabido? ¿Fue acaso el Apóstol quien envió a su emisario antes de que le pidiera ayuda? Nadie lo sabrá nunca. Pero usamos la primera tirita, y seguimos caminando.
Llegamos a Palas de Rei cerca de las cinco de la tarde. Veinticinco kilómetros y más de ocho horas después, arrastrábamos los pies como si cada uno llevara su propio pasado a cuestas. Nos dirigimos al hostal. Tras una ducha tibia que supo a renacimiento, le pregunté a Julia si quería ir a misa y conocer el pueblo. Ella, adolorida, frustrada, y con los ojos vidriosos, me dijo que no, que apenas podía soportar los zapatos.
Habíamos recibido cupones para cenar en un restaurante cercano, pero también rechazó la idea. Yo decidí ir solo a la iglesia del pueblo. Allí me encontré de nuevo con los jóvenes peregrinos. Les ofrecí los cupones, pero tampoco los aceptaron. Como nosotros, ya habían comido. Intenté ofrecérselos a otros, sin suerte. Nadie quiso más de lo necesario.
El joven argentino me contó que había perdido la credencial de su abuela. Estaban tristes, pero una mujer, también peregrina, le regaló otra. Era como si el camino mismo le hubiera restituido lo perdido. Se quedó con una historia que ahora recordará con una sonrisa.
Esa noche, mientras regresaba con un par de refrescos y unas botanas dulces y saladas que improvisarían nuestra cena, encontré a Julia llorando. Estaba rota por dentro, no solo por el dolor físico, sino por la sensación de no estar a la altura. La ampolla le dolía, pero más le dolía no poder seguirme el ritmo. Y la etapa del día siguiente, con sus veintiocho kilómetros y su fama de "rompe piernas", le parecía un castigo.
Me senté a su lado, sin palabras heroicas. Le pedí perdón. Le dije que había sido arrastrado por la emoción, por la euforia de quien cumple un sueño. Que su cansancio era legítimo. Que su dolor era válido. Que caminaríamos al ritmo de su paso, aunque tardáramos doce horas en llegar. Que no importaba el tiempo, sino que llegáramos juntos.
Yo tenía las pantorrillas adoloridas e inflamadas como dos globos a punto de reventar. Le pedí que me diera un masaje para tratar de aliviar la hinchazón. Ella accedió y fue un masaje con mucho dolor, pero también muy relajante. Por supuesto también yo di masaje a sus pies y pantorrillas adoloridas.
Esa noche dormimos con la certeza de haber salvado algo más que una etapa. Habíamos aprendido que el camino no siempre es hacia afuera. Que, a veces, el verdadero viaje es hacia dentro. Y que, en el mapa secreto del alma, el amor también tiene sus propios senderos.
Mañana, el rompe piernas nos espera con la paciencia cruel de las grandes pruebas. Pero esta vez, lo enfrentaríamos unidos, paso a paso, como debe caminarse todo lo que se quiere conservar.
Dr. JOSÉ RODOLFO LÓPEZ QUIAN
Asesor y consultor fiscal y de negocios
Contacto: fispack@hotmail.com
Es Doctor en Ciencias de lo Fiscal por el Instituto de Especialización para Ejecutivos, Maestro en Mercadotecnia por la Universidad Anáhuac Mayab, Contador Público egresado de la UADY, Instructor Certificado con normas de competencia laboral con más de 30 años de experiencia. Maestro en Programación Neurolingüística. Ha impartido capacitación en diversos colegios y asociaciones especializadas. Integrante de Comisiones consultivas de fiscal, finanzas y comercio exterior del Colegio de Contadores Públicos de Yucatán y Sindico Titular del mismo colegio ante al SAT por el periodo 2019 - 2023.