Cuando una mujer emprende, el mundo es mejor. Liz Ludewig

Cuando una mujer emprende, el mundo es mejor. Liz Ludewig

 
En un mundo que se debate entre la incertidumbre y la esperanza, donde el contexto global está cambiando, y donde la realidad de pobreza se hace cada vez más palpable en Latinoamérica y en México, existe una verdad fundamental que a menudo pasamos por alto: el rol de la mujer como pilar y catalizador de la sociedad. Esto es necesario que se proyecte, porque es la mujer quien da la vida, porque es el eje en la crianza, porque es quien transmite las creencias, los valores y el carácter a su descendencia, porque es capaz de formar un hogar, de crear el santuario donde un niño o una niña crece con la promesa de convertirse en una persona correcta.

Sin embargo, este rol fundacional choca de frente con la realidad. Aún existen barreras sociales y económicas sistémicas diseñadas, consciente o inconscientemente, para limitar su potencial. Hay limitaciones educativas, rezagos en el acceso a la educación, prejuicios culturales y una carga desproporcionada de responsabilidades que condicionan su capacidad de trascender y de aportar todo su valor a la humanidad.

En mi experiencia profesional, he dedicado más de tres décadas a ser catalizador y testigo de esta transformación desde dos frentes complementarios. Por un lado, a través de la consultoría de alta dirección, he asesorado a empresarias visionarias en la fundación y consolidación de sus propias compañías de Venta Directa en toda América Latina, proveyéndoles de la estrategia y las plataformas tecnológicas de alta generación para un crecimiento integral.


Por otro lado, y con igual pasión, he trabajado directamente con el corazón de esta industria: las vendedoras independientes que se afilian a estas compañías. A través de la creación de diplomados a nivel universitario, he tenido el privilegio de guiar a las mujeres en la profesionalización de su micro negocio, ayudándoles a convertir su visión en la de dueñas de su propio emprendimiento. He visto cómo, al adquirir estructura y desarrollar sus habilidades, redefinen sus negocios, se integran los roles en la familia, inspiran a sus hijos y construyen relaciones de equidad y respeto mutuo con sus parejas.

Por eso sostengo, con absoluta convicción, que cuando una mujer emprende, el mundo es mejor, porque rompe con ciclos que pueden ser ancestrales y la liberan para poder asumir su propósito trascendental.

Este acto de valentía desata una metamorfosis personal con beneficios directos y tangibles:

El primer y más poderoso cambio es su crecimiento personal. Darse cuenta de sus capacidades, generar sus propios recursos y tomar sus propias decisiones forja un auto respeto inquebrantable.

El segundo está relacionado con la independencia financiera que les otorga libertad, seguridad y la capacidad de invertir en sí mismas, en su familia y en su comunidad, cambiando el techo de sus propios contextos.

La tercera virtud desarrollada en la Industria de la Venta Directa es la generosidad. Una mujer que se ha desarrollado integralmente no acumula, comparte. Se convierte en un motor de ayuda, invirtiendo en la educación de sus hijos, apoyando a otras mujeres y mejorando su entorno.

El emprendimiento es una escuela intensiva de resiliencia, empatía, estrategia y carácter. La obliga a ser su mejor versión y todas estas se desarrollan de manera vivencial y trascendental a través de la venta directa.

Esta transformación individual crea un efecto multiplicador, una onda expansiva que sana y fortalece el tejido social, ya que se convierte en un testimonial y modelo de igualdad y perseverancia, criando hijos e hijas que entienden el valor del trabajo y el respeto mutuo.

Prioriza la educación como la principal herramienta de superación, asegurando que la siguiente generación tenga mejores oportunidades y por consecuencia, de estos hogares nazcan profesionistas más éticos, ciudadanos más comprometidos, y más conscientes de su responsabilidad social.

Es por esto que estoy convencida que educar, guiar y desarrollarlas, ayudará a generar la base de ciudadanos íntegros y los líderes que nuestro país necesita con urgencia.

La evidencia es clara: la calidad de una sociedad está directamente ligada a la integridad y al desarrollo moral de sus ciudadanos. El liderazgo y los valores que nacen del emprendimiento femenino son trascendentales. El coraje, la dignidad, la disciplina, el respeto, la generosidad, la integridad, la tenacidad entre otras muchas, son las que se desarrollan logrando un impacto de éxito personal y contextual y así se fortalecerá el tejido social que es tan necesario.

Es por esto que estoy convencida que continuar desarrollando emprendimientos en los países desde la iniciativa privada y a través de la Industria de la Venta Directa el emprendimiento de las mujeres, es el camino más estratégico, directo y posible para lograr un cambio significativo y duradero en nuestro país.



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