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Cuando cambia la época, ¿Qué hacemos con las instituciones? Liz Ludewig
Cuando cambia la época, ¿Qué hacemos con las instituciones? Liz Ludewig
En los tiempos que corren, no estamos simplemente viviendo una época de cambios, sino un cambio de época. Y como todo cambio profundo, éste no sólo transforma las formas visibles de la vida —tecnología, trabajo, comunicación— sino que sacude los fundamentos de nuestras estructuras más estables: la familia, el gobierno, la empresa y, sobre todo, la educación.
Este contexto exige una pregunta crucial: ¿deben las instituciones adaptarse a los cambios de la sociedad, o mantenerse fieles a sus ideales fundacionales?
Responder esto requiere volver a lo esencial: la educación como base estructural de la sociedad. Pero, ¿qué entendemos por educación? ¿Formar personas o formar seres humanos? Esta no es una diferencia semántica; es filosófica, estructural y profundamente práctica.
Formación de la personalidad vs. formación del ser
Durante décadas, la educación tradicional se ha centrado en la formación de la personalidad: moldear comportamientos, fomentar habilidades productivas, adecuar a los individuos a las expectativas sociales, políticas o económicas del momento. Es un modelo funcionalista, reactivo, y muchas veces superficial. Forma profesionales, pero no necesariamente personas conscientes.
En cambio, la formación del ser implica despertar la conciencia, cultivar el pensamiento crítico, la autocomprensión y la conexión con el entorno y los otros. Es un proceso más profundo, más humano y más transformador. No sólo forma ciudadanos; forma conciencia colectiva.
Este modelo es el que proponen las escuelas de pensamiento que reconocen la educación no como un medio para producir, sino como un camino para comprender y evolucionar. Aquí, la educación se vuelve una vía para liberar, no sólo para capacitar.
Las instituciones frente al cambio
Con esto en mente, volvemos a nuestra pregunta: ¿deben las instituciones adaptarse a la sociedad o permanecer en sus ideales?
La respuesta no es una dicotomía simple. Los ideales deben mantenerse, pero los métodos deben evolucionar. Las instituciones que sobreviven no son las más rígidas, sino las que comprenden el núcleo de su propósito y lo reinterpretan a la luz de nuevas realidades.
La escuela, por ejemplo, no debe abandonar su propósito de formar seres humanos, pero sí debe abandonar el modelo industrial, unidireccional y punitivo que ya no responde a los desafíos del presente. La universidad no debe renunciar a su papel de creadora de pensamiento, pero sí debe cuestionar si sus métodos están formando mentes libres o repitiendo sistemas obsoletos.
Educación: el puente entre lo que somos y lo que podemos ser
En una época donde el conocimiento se vuelve obsoleto en meses, la verdadera educación no puede ser un cúmulo de información, sino una escuela de pensamiento, de discernimiento y de evolución interior. Las sociedades que logren consolidar este cambio serán las que puedan navegar la transición de época con conciencia, sin perder su centro.
Adaptarse, entonces, no significa ceder a la moda o al caos. Significa ser capaz de traducir los valores esenciales a lenguajes y estructuras que el presente pueda comprender y el futuro, agradecer.